Poesia

jueves, 12 de octubre de 2017

Azar

Azar



Es tarde ya, dijiste,
y llegó tu condena
de tiempo sin misericordia.
No amaneció aún, respondí,
intentando demorarte,
prolongar la voz del río,
asimétrico
como nosotros,
disimulando la crueldad
nocturna de los cuerpos.
Perpetuar la textura suave
del vino en nuestras bocas ,
agostar lo superfluo,
dejar transcurrir
hasta que el azar
sea el sacramento
en que el sueño
nos venza,
tomados de las manos.

Pablo Duran


martes, 5 de septiembre de 2017

Silencio y liviandad

Y en eso estaba su culpa (¡salud viejo Anaximandro¡): 
en haber salido de la indiferenciación primera, 
en haber desertado la gozosa Unidad.
Leopodo Marechal


Hoy se cumple un año de un accidente automovilístico que me tuvo de protagonista. A pesar de viajar solo no sé si fui el único, aunque indudablemente protagonista al fin. Hechos de esa magnitud  suelen no pasar desapercibidos (o al menos es lo deseable). Estallido de la cuarta vértebra lumbar, fractura de manguito esternal y siete costillas por un lado, destrucción total del auto por el otro. Hechos objetivos y concretos.
¿Objetivos y concretos? En absoluto, al menos para mí no lo fueron. Podrían llegar a serlo como una noticia periodística que cae dentro de la estadística de hechos de inseguridad vial. Podría serlo en el reporte policial del siniestro, en el informe del seguro o en la historia clínica. Lo fue ciertamente al  ir comunicándolo a queridos, cercanos y menos cercanos. Pero de ninguna manera ni objetivos ni simples.
¿Pero que es lo que hace de ellos otra cosa? Pasado el shock inicial fui de a poco intentando ponerle palabras. Hacer un relato de esos hechos simples y objetivos. Lo previo a salir de la ruta, la sensación única de notar que había perdido el control del auto y ya nada podía hacer para volver al pavimento, el deseo de que la fricción con la tierra redujera la velocidad y el auto se detuviera, la decepción al notar que delante mío había un zanjón y que eso podría ser el fin de todo, el recuerdo infantil del auto de Meteoro, el Mach 5, que tenía un dispositivo que permitía que el auto saltara y que en el mío no estaba disponible, hasta el impacto seguido de un silencio absoluto y de liviandad para concluir con el impacto final por la caída y el quedar cabeza abajo, sostenido por el cinturón de seguridad. Hechos que se podrían repetir hasta el infinito, cuadro por cuadro, fraccionado en milésimas de segundo, aunque insuficientes para que fueran relato. Los hechos sin palabra no alcanzan para ese relato, que debí ir construyendo, y aun sigo, poniendo palabras que los hilvanen.
Damos existencia en el relato, o al menos así debería suceder. Como Adán Buenosaires, nombrando la granada, la rosa o la pipa. Pero la palabra no abunda en nuestros días. Tal vez nos sobran textos breves y nos falta con-textos. Tal vez la búsqueda de simplificación lleven a que dejemos elementos fuera de nuestra mirada y de nuestro relato, aunque al parecer intentemos dar una descripción verdadera literalmente. Tal vez tratamos las cosas como si tuvieran carácterísticas que claramente no tienen, y les asignemos formas, intenciones, razones o condiciones que no tienen, buscando un estado ideal que tal vez no exista en realidad (aunque si en la nuestra). Y tal vez así es que la abstracción o la idealización se hacen parte de nuestra vida, de nuestra cultura, de nuestro relato.
¿Por qué dejamos de nombrar, por qué permitimos que la precariedad, que la velocidad, que la multi-función (o multitasking como dicen, ¿o multiprocesadora?) nos triture de esa manera? Pantallas y más pantallas abiertas, líneas de texto que se suceden sin cesar y hasta se confunden de destinatario, voces entrecortadas que hablan hasta con jeroglíficos. Razones que se dan con argumentos superficiales, a toda velocidad. Y se termina estableciendo. Ese es el temido resultado. Que se nos haga natural la no palabra profunda, el no contexto y que ya no nos permita ver otra cosa. Para que más palabra o más profunda, para que más razones que las que están a la vista, si esa realidad que nos hemos creado nos permite un entorno seguro, nos sostiene. La limpieza fue efectiva; recortamos aquello de la realidad que sobraba y nos quedamos con una más simple, con menos interferencias. Y la completamos con algún otro condimento que hace de ese camino uno ideal, al menos mientras dura.
Aun cabeza abajo, cuando el auto cayó, el cinturón de seguridad me sostuvo. En ese momento, la adrenalina no dejaba mucho espacio para sentir. Me liberé, salí del auto. Y vino la confusión, la ambulancia y nuevamente la inmovilización en la camilla. Pero aun así el dolor, sordo, comenzó a aflorar.
Si me hubiera quedado solo con las fracturas, la cirugía, la rehabilitación, sin reparar en lo que antecedió y lo representaba ese hecho puntual, habría sido la de una pérdida inmensa oportunidad.
Tal vez no logremos entrar en toda la profundidad. Tal vez queden fragmentos del auto repartidos por la banquina, tal como quedaron los fragmentos de mi cuerpo vertebral. Eso será inevitable. Pro el Mach 5 solo existe en la ficción y hay cosas que no podemos pasar por encima. Atravesar esa zanja me dejo así, pudo repararse. Pero exige palabra que hilvanen y puedan ayudar a unir esos argumentos, que de otro modo seguirán allí, desparramados y dolientes.
Montevideo, 4 de septiembre de 2017



jueves, 20 de julio de 2017

Desvelado,
recorro
las líneas de tu mano,

afán de escapar
hasta hundirme,
nicho
que cavó la tarde,
sepulcro transitorio
sin lápida
hueco
frio
no cierro los ojos,
no puedo,
por temor
a qué.
Retengo tu rostro
certero,
me aferro a él,
capricho,
que me inventé
para pasar esta noche.

Pablo Duran