Silencio y liviandad
Y en eso estaba su culpa (¡salud viejo Anaximandro¡):
en haber salido de la indiferenciación primera,
en haber desertado la gozosa Unidad.
Leopodo Marechal
Hoy se cumple un año de un accidente
automovilístico que me tuvo de protagonista. A pesar de viajar solo no sé si
fui el único, aunque indudablemente protagonista al fin. Hechos de esa magnitud
suelen no pasar desapercibidos (o al
menos es lo deseable). Estallido de la cuarta vértebra lumbar, fractura de
manguito esternal y siete costillas por un lado, destrucción total del auto por
el otro. Hechos objetivos y concretos.
¿Objetivos y concretos? En absoluto, al menos
para mí no lo fueron. Podrían llegar a serlo como una noticia periodística que
cae dentro de la estadística de hechos de inseguridad vial. Podría serlo en el
reporte policial del siniestro, en el informe del seguro o en la historia
clínica. Lo fue ciertamente al ir
comunicándolo a queridos, cercanos y menos cercanos. Pero de ninguna manera ni
objetivos ni simples.
¿Pero que es lo que hace de ellos otra cosa?
Pasado el shock inicial fui de a poco intentando ponerle palabras. Hacer un
relato de esos hechos simples y objetivos. Lo previo a salir de la ruta, la
sensación única de notar que había perdido el control del auto y ya nada podía
hacer para volver al pavimento, el deseo de que la fricción con la tierra
redujera la velocidad y el auto se detuviera, la decepción al notar que delante
mío había un zanjón y que eso podría ser el fin de todo, el recuerdo infantil
del auto de Meteoro, el Mach 5, que tenía un dispositivo que permitía que el
auto saltara y que en el mío no estaba disponible, hasta el impacto seguido de
un silencio absoluto y de liviandad para concluir con el impacto final por la
caída y el quedar cabeza abajo, sostenido por el cinturón de seguridad. Hechos
que se podrían repetir hasta el infinito, cuadro por cuadro, fraccionado en
milésimas de segundo, aunque insuficientes para que fueran relato. Los hechos
sin palabra no alcanzan para ese relato, que debí ir construyendo, y aun sigo,
poniendo palabras que los hilvanen.
Damos existencia
en el relato, o al menos así debería suceder. Como Adán Buenosaires, nombrando
la granada, la rosa o la pipa. Pero la palabra no abunda en nuestros días. Tal
vez nos sobran textos breves y nos falta con-textos. Tal vez la búsqueda de simplificación
lleven a que dejemos elementos
fuera de nuestra mirada y de nuestro relato, aunque al parecer intentemos dar una
descripción
verdadera literalmente. Tal vez tratamos las cosas como si tuvieran carácterísticas que claramente
no tienen, y les asignemos formas, intenciones, razones o condiciones que no
tienen, buscando un estado ideal que tal vez no exista en realidad (aunque si
en la nuestra). Y tal vez así es que la abstracción o la idealización
se hacen parte de nuestra vida, de nuestra cultura, de nuestro relato.
¿Por qué dejamos
de nombrar, por qué permitimos que la precariedad, que la velocidad, que la
multi-función (o multitasking como dicen, ¿o multiprocesadora?) nos triture de
esa manera? Pantallas y más pantallas abiertas, líneas de texto que se suceden
sin cesar y hasta se confunden de destinatario, voces entrecortadas que hablan
hasta con jeroglíficos. Razones que se dan con argumentos superficiales, a toda
velocidad. Y se termina estableciendo. Ese es el temido resultado. Que se nos
haga natural la no palabra profunda, el no contexto y que ya no nos permita ver
otra cosa. Para que más palabra o más profunda, para que más razones que las
que están a la vista, si esa realidad que nos hemos creado nos permite un
entorno seguro, nos sostiene. La limpieza fue efectiva; recortamos aquello de
la realidad que sobraba y nos quedamos con una más simple, con menos
interferencias. Y la completamos con algún otro condimento que hace de ese
camino uno ideal, al menos mientras dura.
Aun cabeza
abajo, cuando el auto cayó, el cinturón de seguridad me sostuvo. En ese
momento, la adrenalina no dejaba mucho espacio para sentir. Me liberé, salí del
auto. Y vino la confusión, la ambulancia y nuevamente la inmovilización en la
camilla. Pero aun así el dolor, sordo, comenzó a aflorar.
Si me hubiera quedado solo con las fracturas, la cirugía, la rehabilitación,
sin reparar en lo que antecedió y lo representaba ese hecho puntual, habría sido la de una pérdida inmensa oportunidad.
Tal vez no logremos entrar en toda la profundidad. Tal vez queden fragmentos
del auto repartidos por la banquina, tal como quedaron los fragmentos de mi
cuerpo vertebral. Eso será inevitable. Pro el Mach 5 solo existe en la ficción
y hay cosas que no podemos pasar por encima. Atravesar esa zanja me dejo así,
pudo repararse. Pero exige palabra que hilvanen y puedan ayudar a unir esos
argumentos, que de otro modo seguirán allí, desparramados y dolientes.
Montevideo, 4 de septiembre de 2017