Poesia

jueves, 28 de julio de 2011

El mejor de los mundos posibles

Acercándose al puerto de Lisboa, el barco que llevaba a Cándido, al doctor Pangloss, y al anabatista Jacobo se estremeció en medio de la tempestad. Sólo el doctor, Cándido y un marinero ventajista lograron salvarse, luego que el barco se hundiera. Sin embargo, al llegar a las playas de Lisboa, llorando la muerte de su amigo y bienhechor Jacobo, la tierra tembló bajo sus pies. “Sienten que la tierra tiembla bajo sus pies, que hay marejada en el puerto y el mar rompe los navíos anclados. Las calles y plazas públicas se cubren de remolinos de llamas y cenizas; las casas se desploman, los tejados se hunden y los cimientos se dispersan; treinta mil habitantes de cualquier edad y sexo son aplastados bajo las ruinas. Según silbaba y juraba, el marinero decía:
-Algún beneficio sacaré de aquí.
-¿Cuál puede ser la razón suficiente de ese fenómeno? -decía Pangloss.
-¡Esto es el fin del mundo! -exclamaba Cándido.”
Tal es la descripción de Voltaire del terremoto que azotó Lisboa en el año 1755, en la mañana del día de Todos los Santos. El terremoto, que dejó alrededor de 100.000 personas muertas, tuvo su epicentro en Lisboa (con una población de algo menos de 300.000 habitantes en ese entonces). El temblor, de intensidad estimada en 9 puntos de la escala de Richter, se hizo sentir en el resto de Europa y Norte de África. Pero tal vez igual o mayor fue su impacto en el pensamiento de la época. El hecho significó un quiebre en el pensamiento del momento, al favorecer el cuestionamiento acerca de la idea, sostenida por pensadores como  Gottfried Wilhelm Leibniz o Alexander Pope, de que "éste es el mejor de los mundos posibles". La arbitrariedad en la vida y la naturaleza, el planteo, en el marco de la Ilustración europea, de cómo Dios podría permitir semejante catástrofe. Implicó así otro temblor, el intelectual.
Voltaire plasmó tales cuestionamientos en su novela Cándido, un joven lleno de ilusiones y buenas intenciones, que sostuvo su inocencia, candidez y optimismo acerca de la vida, en medio de múltiples catástrofes.
Sólo en el presente siglo, en Indonesia, Haití, Chile, Japón, se han registrado terremotos de magnitud similar al de Lisboa de 1755. En el caso de Japón, la catástrofe natural se vio agravada por el daño sufrido por varias centrales nucleares.
Desde el punto de vista de la magnitud y el número de victimas, estos terremotos no fueron muy diferentes al ocurrido en Lisboa en 1755. Seguramente tampoco fueron diferentes la desolación, el dolor, la sensación de fin y finitud. Sin embargo son extremadamente diferentes desde otros puntos de vista.
Las imágenes de los terremotos del siglo XXI han llegado casi inmediatamente a todo el mundo. Todos hemos sido testigos. Pero casi no fuimos “tocados” por ellos, más allá de sus víctimas directas. Nuestra imagen sobre el mundo, sobre la vida, sobre la finitud, casi no tembló. Como igualmente poco tiembla ante otros hechos medidos en escalas diferentes a la de Richter.
¿Será porque no hay escala para medirlo, será porque nuestro umbral se ha elevado, o bien porque no interesa tanto, mientras nos ocupamos de otros temas?
Hacia el final de la novela, Voltaire relata como el filósofo Pangloss, intentaba “razonar un poco sobre los efectos y las causas, sobre el mejor de los mundos posibles, sobre el origen del mal, la naturaleza del alma y la armonía preestablecida.”.  Y un anciano sencillo, sentado bajo un naranjo, desconociendo las noticias sobre el asesinato de dos visires de la corte Constantinopla y un clérigo musulmán que acababan de ser estrangulados, dijo “Sólo poseo unas ocho hectáreas; yo y mis hijos las cultivamos y de esta manera el trabajo aleja de nosotros los tres grandes males existentes en el mundo: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.
¿Es suficiente para vivir “en el mejor de los mundos”, sólo dedicarnos a “cultivar nuestra huerta.” sin reparar en catástrofes y crímenes? ¿Será más sencillo de esa forma transitar por el mundo, sin preguntarnos por la justicia o la finitud de nuestras vidas?
O por el contrario, como dice Pangloss a Cándido resumiendo todo lo sucedido: “-Todo tiene relación en el mejor los mundos posibles: porque si no os hubiesen expulsado del castillo por amor a la señorita Cunegunda, si no hubieseis sido entregado a la Inquisición, si no hubieseis atravesado América andando, si no hubieseis dado una gran estocada al barón y si no hubieseis perdido todos vuestros carneros de aquella buena tierra de Eldorado, no estaríais comiendo ahora mermelada de cidra y pistachos.”, las catástrofes, individuales o personales tienen sentido?
Si es así, si los temblores, los terremotos, las catástrofes –individuales o colectivas- tienen sentido, será necesario darles tiempo de reflexión, dejar que hagan surco, que den que pensar, y no sólo ser espectadores por un instante, desde algún living remoto, para al minuto siguiente cambiar de canal y continuar con las discusiones del “reality show” del momento.

lunes, 18 de julio de 2011


El día 7 de Julio de 2011 se presentó el libro Mutismo de la roca en el CeDIP, Centro Cultural Recoleta. Con la locución de Silvia Lopez Hassell, la presentación fue realizada por el escritor, periodista y abogado Miguel Canale, quien trajo las palabras de Fernando Sanchez Sorondo. En la voz de la actriz Fernanda Pèrez Bodria pudieron oírse poemas del libro, y el "Rain dogs quartet" dio el marco musical al encuentro.


Ante una amplia concurrencia de amigos, compañeros de caminos, de letras y ciencias, de pensares y sentires, el encuentro se orientó a "lo otro", a esa palabra no dicha que nos trae la obra poética.

Sobre el camino de la poética, que puede ser un jugar, un entretenerse con la palabra, pero que no está exento de combates, de luchas, de podas. Un ir dejando de lado aquellas palabras  que están de más, y quedándose con las más relevantes, las que dan a escuchar, no por ellas sino por lo que no dicen del todo, las que llevan a otras, a las no dichas: "hurgar en el silencio/ de alguna palabra,/ esa que nadie reclama".
El camino de la palabra como un experimentar, un transitar no sólo por lo dicho sino particularmente por lo no dicho, por lo faltante, por lo otro. Un descubrir que hay otras formas de ver, de decir, de sentir.
De otro modo, ¿cómo darle un nuevo sentido a lo cotidiano, como transitar en esos espacios o situaciones si no es dando un tono poético, poniendo colores, o música? Apostando por seguir, como dice el poema: "Brindando por una nueva batalla, por otro camino".
¿Cómo transitar el límite, el dolor, si no es con poesía, con música, con palabra?, es decir, ¿cómo darle otro destino al padecer humano, cómo transformar el mundo si falta la palabra, la música, la poesía, el sentir?
Vivimos acelerados, en cambio constante, con incertidumbre, ambivalencia, con falta de seguridades, terremotos, cenizas, “realidades”, o "realities"? Pero por suerte sigue habiendo espacio para la metáfora, para la imagen, para la palabra. Hablamos de la realidad y su dureza como aquello que se nos presenta, que esta allí afuera y que en definitiva casi siempre nos cuesta  aceptar. Tal vez sea más fácil aceptarla y abrazarla, y aún cambiarla, si la vemos con otros ojos, si la vestimos y disfrazamos como un carnaval callejero, y si agregamos algo de magia, de misterio, de poética.
Se puede perecer, caer ante el peso. Se puede luchar y también se puede oír.  De allí el título, un "oyendo el mutismo de la roca". Aún la realidad más dura, aún el ser más duro, tienen una palabra para dar, esa palabra no dicha, que la poesía viene a rescatar.
Tal vez no oímos lo suficiente, no nos favorece el tiempo presente para lograr momentos de escucha verdaderos. Pero hay encuentros, momentos, lugares, segundos, que con disposición, oídos atentos, anteojos de fantasía, diccionarios inventados, traen nuevos sentires nutriendo palabras.
El transitar la palabra poética puede ser entonces un aprendizaje, el de esa palabra no dicha, entre un alguien y un otro. Un camino en que el pensar se va tornando en otra cosa, tornándose sentir y vibrar.
Y va siendo entonces expresión de lo otro: de lo que esta fuera de lo cotidiano y creemos concreto, real, palpable, de lo que pesa, de lo comprobable experimentalmente. Va haciéndose expresión de aquello  que no se puede definir en forma positiva porque justamente es lo que no es, lo que no se puede decir ni nombrar, lo otro, que surge del encuentro con el otro, y ante lo cual, por suerte, nos queda el sentir y el soñar.
Tal vez la palabra poética sirva para acompañarnos en ese camino, no sin combates, en que aún la roca pierda su mutismo y tenga algo que decir, porque ciertamente podemos esperar esa “otra cosa”.
Tal vez alguna palabra nos ayude a “Condensar eternidades en un breve instante”, como cierra el libro.



Clausurar los puños cerrados

Clausurar los puños cerrados
ver a través de las espaldas
que me hacen frente,
suavizar la garganta
con vino y miel,
desagotar la miseria,
hurgar en el silencio
de alguna palabra,
esa que nadie reclama.


de Pablo Duran, 
Mutismo de la roca
Ediciones del Copista, 2010

jueves, 21 de abril de 2011

Mutismo de la roca

Recientemente editado, Mutismo de la roca (Ediciones del Copista)  recorre silencios, palabras, caminos, combates.
En él se resumen los primeros pasos de un camino que intenta expresar ese continuo entre silencio y palabra, que se auto generan, nutren, y guían una búsqueda hacia la celebración.





Mutismo de la roca
Deslizarse,
más que levantar vuelo,
oyendo el mutismo de la roca.
Esperar,
antes que interrogarla,
buscando una fisura