Acercándose al puerto de Lisboa, el barco que llevaba a Cándido, al doctor Pangloss, y al anabatista Jacobo se estremeció en medio de la tempestad. Sólo el doctor, Cándido y un marinero ventajista lograron salvarse, luego que el barco se hundiera. Sin embargo, al llegar a las playas de Lisboa, llorando la muerte de su amigo y bienhechor Jacobo, la tierra tembló bajo sus pies. “Sienten que la tierra tiembla bajo sus pies, que hay marejada en el puerto y el mar rompe los navíos anclados. Las calles y plazas públicas se cubren de remolinos de llamas y cenizas; las casas se desploman, los tejados se hunden y los cimientos se dispersan; treinta mil habitantes de cualquier edad y sexo son aplastados bajo las ruinas. Según silbaba y juraba, el marinero decía:
-Algún beneficio sacaré de aquí.
-¿Cuál puede ser la razón suficiente de ese fenómeno? -decía Pangloss.
-¡Esto es el fin del mundo! -exclamaba Cándido.”
Tal es la descripción de Voltaire del terremoto que azotó Lisboa en el año 1755, en la mañana del día de Todos los Santos. El terremoto, que dejó alrededor de 100.000 personas muertas, tuvo su epicentro en Lisboa (con una población de algo menos de 300.000 habitantes en ese entonces). El temblor, de intensidad estimada en 9 puntos de la escala de Richter, se hizo sentir en el resto de Europa y Norte de África. Pero tal vez igual o mayor fue su impacto en el pensamiento de la época. El hecho significó un quiebre en el pensamiento del momento, al favorecer el cuestionamiento acerca de la idea, sostenida por pensadores como Gottfried Wilhelm Leibniz o Alexander Pope, de que "éste es el mejor de los mundos posibles". La arbitrariedad en la vida y la naturaleza, el planteo, en el marco de la Ilustración europea, de cómo Dios podría permitir semejante catástrofe. Implicó así otro temblor, el intelectual.
Voltaire plasmó tales cuestionamientos en su novela Cándido, un joven lleno de ilusiones y buenas intenciones, que sostuvo su inocencia, candidez y optimismo acerca de la vida, en medio de múltiples catástrofes.
Sólo en el presente siglo, en Indonesia, Haití, Chile, Japón, se han registrado terremotos de magnitud similar al de Lisboa de 1755. En el caso de Japón, la catástrofe natural se vio agravada por el daño sufrido por varias centrales nucleares.
Desde el punto de vista de la magnitud y el número de victimas, estos terremotos no fueron muy diferentes al ocurrido en Lisboa en 1755. Seguramente tampoco fueron diferentes la desolación, el dolor, la sensación de fin y finitud. Sin embargo son extremadamente diferentes desde otros puntos de vista.
Las imágenes de los terremotos del siglo XXI han llegado casi inmediatamente a todo el mundo. Todos hemos sido testigos. Pero casi no fuimos “tocados” por ellos, más allá de sus víctimas directas. Nuestra imagen sobre el mundo, sobre la vida, sobre la finitud, casi no tembló. Como igualmente poco tiembla ante otros hechos medidos en escalas diferentes a la de Richter.
¿Será porque no hay escala para medirlo, será porque nuestro umbral se ha elevado, o bien porque no interesa tanto, mientras nos ocupamos de otros temas?
Hacia el final de la novela, Voltaire relata como el filósofo Pangloss, intentaba “razonar un poco sobre los efectos y las causas, sobre el mejor de los mundos posibles, sobre el origen del mal, la naturaleza del alma y la armonía preestablecida.”. Y un anciano sencillo, sentado bajo un naranjo, desconociendo las noticias sobre el asesinato de dos visires de la corte Constantinopla y un clérigo musulmán que acababan de ser estrangulados, dijo “Sólo poseo unas ocho hectáreas; yo y mis hijos las cultivamos y de esta manera el trabajo aleja de nosotros los tres grandes males existentes en el mundo: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.
¿Es suficiente para vivir “en el mejor de los mundos”, sólo dedicarnos a “cultivar nuestra huerta.” sin reparar en catástrofes y crímenes? ¿Será más sencillo de esa forma transitar por el mundo, sin preguntarnos por la justicia o la finitud de nuestras vidas?
O por el contrario, como dice Pangloss a Cándido resumiendo todo lo sucedido: “-Todo tiene relación en el mejor los mundos posibles: porque si no os hubiesen expulsado del castillo por amor a la señorita Cunegunda, si no hubieseis sido entregado a la Inquisición , si no hubieseis atravesado América andando, si no hubieseis dado una gran estocada al barón y si no hubieseis perdido todos vuestros carneros de aquella buena tierra de Eldorado, no estaríais comiendo ahora mermelada de cidra y pistachos.”, las catástrofes, individuales o personales tienen sentido?
Si es así, si los temblores, los terremotos, las catástrofes –individuales o colectivas- tienen sentido, será necesario darles tiempo de reflexión, dejar que hagan surco, que den que pensar, y no sólo ser espectadores por un instante, desde algún living remoto, para al minuto siguiente cambiar de canal y continuar con las discusiones del “reality show” del momento.