Superfluous were the Sun
Superfluous were the Sun
When Excellence be dead
He were superfluous every Day
For every Day be said
That syllable whose Faith
Just saves it from Despair
And whose “I’ll meet You” hesitates
If Love inquire “Where”?
Upon His dateless Fame
Our Periods may lie
As Stars that drop anonymous
From an abundant sky.
Emily Dickinson
Antonio Seguí. "El sol no sale para todos". Tapiz
¿Que hace que un día sea especial o, por el contrario, que sea insignificante? En mi caso, aún un amanecer lluvioso en sábado suele despertar cierta sensación (un presagio tal vez), de que ese será un día especial. No es que se trate de una ley universal, pero se cumple con mucha frecuencia, como sucedió el sábado pasado, como muchos otros amaneceres lluviosos de sábado. Puede ser un día, un instante, un encuentro, una vida; puede ser una extensa lista de objetos o situaciones ordenadas hasta el infinito; en esta rotulación sí que no hay regla y todo puede ser especial o insignificante, según los ojos con los que lo mire. ¿Es la cosa en sí la que encierra la maravilla, que se impone por sí misma, o es la mirada la que la descubre (o no)? Y entonces, ¿si no hay mirada, no hay maravilla?
El otoño todavía no era el típico (si es que lo hay) otoño lluvioso, aunque el viernes previo había refrescado mucho y una fuerte lluvia, que arrancó al atardecer, continuó toda la noche.
En la mañana de ese sábado, la intensidad de la lluvia del día anterior había quedado atrás y ya no era mas que una suave llovizna que flotaba y casi desaparecía antes de tocar la tierra, en una mañana de otoño, un otoño seco en una época de sequías varias. Caminé las tres cuadras que separan la avenida hasta la salita por ese delgado pasaje asfaltado, del ancho de un auto, entre la tira de casas que siguen creciendo a lo alto, antojadizas, ladrillo a ladrillo, de un lado, y la canchita de futbol del otro. El agua caída en la noche había desaparecido; casi todo lo había absorbido la tierra seca y solo quedaba un charco de tanto en tanto.
Mas allá de la avenida, mas allá de la vía del Premetro, mas acá de la tierra que apenas se humedecía con esa lluvia, mas acá de la vida que de este lado, a veces, se siente mas a flor de piel, sin maquillaje.
Al pasar por la puerta de la iglesia me sorprendió ver a varias personas a los pies del altar, formando una especie de círculo, que no pude identificar por la poca luz. Inesperado a esa hora de la mañana, en la que solo se ven por ahí los perros de la parroquia, echados en el umbral de la iglesia.
Recién cuando estaba casi en la puerta me di cuenta de que era Nancy quien se había levantado y venía hacia mí.
Rocky, murió anoche, dijo con la aridez de palabras de siempre. Lo encontraron dormido en la puerta del Centro Barrial.
Nancy, Ariel, Marta y algunos mas del barrio estaban junto al cajón. En un rato lo buscan para llevarlo al Cementerio, me dijo.
Rocky era incapaz de aceptar una mano, de sumarse al grupo del hogar y arrancar con los talleres y la terapia. A lo sumo, tal vez algún día frío o de lluvia en que ya no tenía nada que ponerse, se acercaba al hogar a darse una ducha caliente, a buscar algo de ropa seca o un plato de sopa. Pero fuera de eso, nunca aceptó incorporarse al grupo, nunca aceptó una ayuda.
Le dije a Ariel que iba a extrañar a su compañero de trabajo, dijo Nancy.
¿Y sabes que me dijo el guacho: ¿De trabajo, decís? Sí, abriendo botellas. Y se rio también ella con esa risa infantil, achinando los ojos y haciendo ese ruido tan particular como si vibrara el fondo de su laringe.
Me reí con ella, aunque el impacto de la noticia, saber que era Rocky el que estaba allí, me entristeció. También la risa de Rocky era especial, y hasta su andar, que lo acercaban mas a lo que podría ser un niño pequeño que a alguien de su edad. Y aunque pareciera que él pasaba sin ver y uno no sabía en que momento se caería de como venía tambaleándose, cuando llegaba a mi lado se detenía, me miraba con ojos vidriosos, sonreía, y seguía. El lugar de Rocky era la calle desde que murió su madre, cuando él tendría alrededor de once años.
Me acerqué hasta el altar a despedirme de él. Llevaba la misma sonrisa de siempre, más relajada, mas serena esta vez.
Nakesha conoció a PJ un día lluvioso y lo único que aceptó de ella, ese día y durante todo el tiempo que siguieron en contacto, fue un paraguas, ofrecimiento que agradeció con una amplia sonrisa. Fuera de ello, negó las ayudas que trabajadores sociales, amigos o conocidos le ofrecían durante tanto tiempo, desde que comenzó a alejarse de los ámbitos en que se movía hasta finalmente hacer de ese reducido metro cuadrado en la calle su hogar. Nakesha vivió en la calle 46 y Park Avenue, en Manhattan, durante años, hasta el día de su muerte. Muchos, cientos o miles habrán pasado por allí sin haberla visto. Algunos pocos, que la conocieron en su periodo de eximia estudiante y bailarina, antiguos profesores, extraños que la veían allí en esa esquina e intentaron hacer algo por ella, cada uno contribuyó a reconstruir el relato (o tal vez nada mas que el torpe esbozo) de la vida de Nakesha, que cuenta la nota que leí hace unas semanas y que recordé mientras caminaba hacia la salita (1).
Tocaron las campanas de la iglesia. Salí de la salita y llegué a tiempo para verlos partir hacia el cementerio: Rocky acompañado por sus amigos. Un auto negro algo desvencijado para Rocky y la camioneta del Centro Barrial, siguiéndolo, para el resto.
La lluvia y la soledad habían aflojado. La insignificancia de la lluvia y la insignificancia de la soledad, volvían a ser suavizadas, ambas, por el cariño y amistad. Ya no tenía sentido repetir “Si hubiera aceptado la ayuda tal vez no habría muerto”. Valía para Rocky tanto como para Nakesha, a quien también despidieron sus amigos, en ese caso con velas encendidas y un spiritual llamado “Niño solitario” en una ceremonia casera en la 46 y Park Avenue.
Durante mucho tiempo ellos nos miraron pasar, en el Bajo Flores, en Manhattan, desde algún umbral o alguna calle. Nos ven pasar, y también ven pasar sus vidas, sus historias, sus fantasmas, sus monstruos. Pero nos ven, aunque no siempre nosotros a ellos.
Cuando me iba volví a encontrar a Nancy, que regresaba del cementerio con el resto. Me mostró la tarjetita con el nombre y la fecha del entierro.
Le pelié al chabón para que pusiera Rocky en lugar de Luis. El es Rocky, dijo Nancy.
Voy a poner la tarjetita sobre la cajonera de mi pieza, junto a la foto de mi vieja, siguió diciendo mientras seguía caminando hacia su casa, sonriendo.
Ya no llovía y la mañana estaba mas luminosa. Rocky tuvo a sus amigos y ellos a él; esa mañana las campanas sonaron para despedirlo. A Nakesha, fue el canto, las velas y también sus amigos quienes la despidieron. Nos seguirán viendo pasar, donde quieran que estén. Y nosotros seguiremos pasando, muchas veces sin ver, tratando de encontrar un significado a algo que tal vez este mas acá de lo que creemos.
1. https://www.nytimes.com/2018/03/03/nyregion/nyc-homeless-nakesha-mental-illness.html